Rozando el abismo

Una mano desconocida por su cuerpo, roza las teclas de un piano inusual.

No desprende música al uso, ni suenan sus cuerdas perfectas tras el roce esquivo, conciso y breve de un diapasón. Éste afina las cuerdas de cualquier instrumento pero no puede templar la piel de una persona.

Es imposible controlar todo lo que acontece. Tras una caricia, un profundo abrazo, besos cortos que se convierten en provocadora sensualidad. Imparable, se desata el canto del deseo embravecido, el alarido de seres descontrolado por la coctelera de sentimientos acumulados en su interior.

Parece que se vayan a descorcharse a presión, el creciente placer en forma de salada agua y hambre por devorar. Las fuerzas se agotan, tras haber estado rozando el abismo de lo prohibido, y caen dos cuerpos extasiados sobre una cama.

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Besando el suelo

Ojalá pudiera ponerle un nombre a ese momento. No es que me falten adjetivos. Se me ocurren en este momento infinidad de ellos. Ahora que lo pienso bien, alguno de ellos los tenía guardados en una vieja cartera en el fondo de un cajón. Si, justo aquel cajón que nunca tocas. El lugar del olvido.

El caso es que, entre tantos adjetivos no encuentro ninguno que defina con el justo acierto, que sea el dardo clavado en el centro de la diana y pueda dar con la palabra que sentencie la sensación de ese instante.
Quizás es que llevo una temporada apático. Tengo altibajos como todo el mundo, no soy excepcional en ese sentido y tampoco es mi intención serlo.
Tengo claro que estando así, no tenía que haber empezado esa relación. Le dejé claro que no quería nada serio, pero creo que ninguno de los dos en ningún momento ha sabido el significado de serio y diferenciarlo de «algo más que esporádico».
Sus besos me viciaban igual o más que el chocolate. Eran mi perdición. Hoy besarle me trae a la mente una imagen, estar en una calle, enmedio de la calzada, besando el suelo.

 

70H

Lunes

Llamaron al timbre de la puerta varias veces pero nadie abría. Cada vez, era más largo el tiempo que mantenían apretado el odioso botón. No eran horas para estar molestando al vecindario de esa manera. Digamos que la una de la mañana, no seria la hora ideal para ello.

Uno de ellos decidió empujar la puerta con su propio cuerpo sin conseguir otra cosa, que hacerse daño.  Finalmente, forzaron la puerta y entraron. El piso apenas tenía 50 metros cuadrados y estaba bastante desierto. Una pequeña mesa, dos sillas, una mini cocina americana y una cama totalmente deshecha y vacía.

Tenía que estar allí, las sábanas estaban todavía calientes. No había demasiado sitio donde esconderse; por lo que dos de ellos se dirigieron al baño. Entraron y vieron la cortina de la bañera corrida, tapándola casi en su totalidad. La abrieron y allí estaba, temblando, más dormido que despierto, con alguna que otra legaña en los ojos y el aliento, oliéndole un poco a alcohol. Seguramente la tarde anterior había estado celebrando algo y duró hasta la hora de la cena, o incluso un poco más.

Lo detuvieron y lo esposaron sin encontrar resistencia alguna. Más bien, casi a rastras. Su estado somnoliento y algo etílico, no daba para más.  Mientras medio vecindario salió en pijama a la calle para ver qué pasaba y como lo metían en el coche policía para llevarlo a comisaría. Una vez allí, le leyeron sus derechos y lo metieron en una celda.

207H

Estaba de pie entre cuatro paredes de ladrillos desgastados. La luz brillaba por su ausencia y él, no salía de su asombro. Nadie hasta el momento le había dado ninguna explicación sobre su detención.

Escuchó como una puerta se abría. Pocos segundos después se cerró y empezó a percibir el sonido de unos pasos, cada vez más cercanos. Un policía se planto delante de las rejas  de su celda. Le sonrió con ironía y le dijo: «¡Por fin! Ya tenemos aquí el número cincuenta y dos. Usted era el único que nos faltaba. Sinceramente creía, que mis compañeros no lo iban a conseguir. Hacía mucho tiempo que le buscaban y estuvieron a punto de tirar la toalla. Es fantástico que lo hayan logrado!».

Él, entonces le preguntó que hacía allí, de qué estaba hablando y cual era la acusación. El policía le explicó que muchos meses atrás, miles de personas de la ciudad, presentaron denuncias para acabar con un tormento que sufrían semana tras semana. Y ante tal avalancha de querellas, el comisario de policía se puso manos a la obra, congregó a todo el cuerpo para hacer una reunión sobre el tema y empezó la batida para detener a todos los culpables. Y, hasta esa madrugada de domingo y tras su detención no acabaron su complicada tarea.

El detenido insistió en preguntar una y otra vez: «¿de qué se me acusa?» El guardia respondió: «La gente no puede acostarse una noche triste y despertar por la mañana casi con depresión.  Sentir eso, es casi inhumano Señor Lunes».

Agosto

Cenizas no caben en el país que vivo y sin embargo, la decadencia que lo conduce, lo apresa primero para abandonarlo después, dejándolo en cueros. Se vuelve gélido en la alfombra del asfalto sin techo que lo cubra. Se hiela por pena, por sollozo no atendido y soledad en pleno mes de agosto.

 58H

El cofre de la vida

Que suerte no haber perdido esa llave que guarda el alma de niño.
Justo, la que enciende la luz de las ilusiones y acelera el latir del corazón.
Si supieras la de carteles que he visto en las calles! Anuncios en los que muchas personas, llegaban a ofrecer recompensa por encontrar su llave.

Cierto es que algunos la perdieron hace más de veinte años y jamás se percataron de su pérdida. Debían andar ocupados con otros temas.
Otros jamás supieron de esta intrínseca posesión. Quizás nunca la tuvieron en su interior.

Todos nacemos con ella y deberíamos abrazarla a nuestra persona como las anclas de los barcos al llegar a la orilla de la playa, se clavan en la arena.

15H

Mantener viva la ilusión como niños

El alma de niño contiene un cofre que se va cargando de sueños, ilusiones, risas y sonrisas compartidas. De vacaciones inolvidables, de cuentos, de juegos y de amor sincero. También alguna fruta amarga que nos hace tener un mal sabor de boca y que a veces, perdura en el tiempo.

Al crecer, aquellos que siempre han cuidado su llave tendrán este cofre muy cerca. Sus recuerdos de niñez siempre estarán despiertos y las ganas de disfrutar su vida, les hará tener más fuerza ante adversidades y más ganas de disfrutar y compartir, los buenos momentos que la vida nos ofrece.

Gracias por querer jugar conmigo, por enseñarme cosas que nunca aprendí, por querer conocer lo que nunca te dejaron ver ni probar, por compartir este viaje llamado vida y cuarenta cosas más.

Hacia el cielo

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Déjame en paz.

En aquella paz que te deja extasiado tras un beso cándido en apariencia. Un ósculo dado con labios carnosos, suaves con piel de lobo. Si, porque tiene veneno incoloro, dulce que te hace enloquecer y trepar rápidamente, como hiedra hacia el cielo.

 

Piedras en el agua

Recuerdo cuando éramos pequeños y los abuelos nos llevaban al parque. Pero no a aquel que estaba a dos manzanas de casa, si no al parque del estanque al otro lado de la ciudad, casi a veinte minutos de allí.

Durante el trayecto, nos contabais historias inventadas que nos hacían llorar de la risa. Os parabais de vez en cuando y nos seguíais contando esas fábulas mientras gesticulabais y hacíais las muecas más divertidas y desternillantes que habíamos visto hasta entonces.

El tiempo volaba y sin saber cómo, llegamos al parque y al gran estanque rodeado de árboles semidesnudos de hojas marrones y amarillentas, mientras que la otra mitad de sus vestiduras, cubrían el suelo cual alfombra otoñal, tapando tierra y piedras de río por la que corríamos cada verano.

Arrastrando los pies por el suelo, dibujábamos senderos para que pisarais la tierra y evitar así, que os pudierais caer. Este camino tenía un único destino. No era otro que el puente que abrazaba al estanque. En él, se refleja siempre el color y el estado de ánimo de cada día y de cada persona que se acerca a visitarlo. Ese día, sonreía al Sol que miraba de templarlo y alejarlo del frío de noviembre.

Corrimos hacia el centro del puente. Yo volví atrás para buscaros e ir todos juntos. Cogí cinco piedras algo más grandes que el tamaño de mis manos. Algunas blancas y otras grisáceas. Todas ovaladas y planas. Una vez estábamos todos en el centro del puente, repartí todas las piedras y recuerdo que os dije a todos: «Lanzad la piedra y pedid un deseo». Uno a uno, fuimos lanzando las piedras al agua. Era realmente bello como iban haciendo círculos y rozaban la tibia agua hasta el momento de sumergirse en ella. Me recordaba un poco a la manera que se sumergen los peces después de coger algunas migas de pan en la superficie de este u otros estanques.

¿Cuál fue mi deseo? ¿No lo he contado? Pedí repetir este paseo todas las tardes de mi vida.

 

8H

David Bowie, el gran camaleón

Nació para ser libre, huyendo desde muy joven de cualquier ser que le ofreciera con endulzadoras palabras, un mundo perfecto para él, en un lugar donde la cautividad es la ley que impera en el aire que respira a diario cada habitante, aunque este bravío parlanchín, la comparaba con el mismísimo edén.

Este buhonero, vendedor de hipnotizantes palabras casi consigue cazar entre sus redes y apresar al camaleón pantera más grande e independiente que pudiera haber conocido en su vida.  Por suerte, el joven y ávido reptil fue a ver con sus propios ojos si tal mundo existía.

Cambió los tonos azulados de su piel por otros grises, ocres y marrones apagados y llegó hasta el reino de la tierra prometida por el cazador de camaleones disfrazado de ángel salvador. Y, escondido tras las malas hierbas, secas y deshidratadas por la contaminación que provocan los malestares, el egoísmo y la falta de sensibilidad, pudo ver que todo lo prometido era la mejor venta del peor alimento, la mentira envasada en bote hermético.

Salió corriendo de allí, emigrando a lugares desconocidos. Pasaron los años y creció corporal y mentalmente. Las gentes que se encontraba a su paso tenían  opiniones dispares sobre él. Unos, lo adoraban y otros lo veían como un bicho raro. Aunque eso, siempre le dio igual.

En todos los rincones lo conocieron por su forma de andar, de cantar y de cambiar con asiduidad los colores de su escamada piel. Aunque,la gran mayoría, nunca supieron ni sabrán, nada de su vida personal.

En lo único que coincidieron, unos y otros es que sus colores fueron los más bellos que jamás un camaleón podrá tener.

 

Mr

«Sometimes you get so lonely
Sometimes you get nowhere
I’ve lived all over the world
I’ve left every place».

«A veces te sientes muy solitario
a veces sientes que no estás en ningun lado.
He vivido por todo el mundo
y he abandonado cada lugar».

Estrofa de «Be my wife» de David Bowie

Dedicado a David Bowie, el cantante y compositor más transgresor que habrá jamás.