Martes

Stone-Lady

Un día como hoy es para disfrutarlo. A ver si me aplico el cuento y me pongo a ello. No me puedo quedar sentado en este poyete frío de mármol y dejar pasar la oportunidad de gozar de toda la actividad que hay hoy en esta ágora.

Cada martes se acercan hasta nuestra pequeña isla los mercaderes, ese día se convierte casi en festivo.  Son nómadas que casi ya no recuerdan su originaria procedencia. Venden lo imposible. Una vez pude ver con mis propios ojos como uno de ellos vendía sus propias vestiduras con el propósito de querer salvar la jornada y conseguir alguna que otra moneda para comprar algo y alimentar mínimamente su estómago.

Su vida es realmente dura. Pasan meses de auténtica penuria y otros, nadan en la abundancia que les cede temporalmente la diosa Fortuna. Pero siempre hay que guardar y cubrirse las espaldas para soportar los largos días en los que Fortuna está ocupada en otros quehaceres.

Aquí no faltan políticos y pensadores. Y son ellos quienes evitan que este lugar pierda su luz y su impoluto estado de limpieza, a pesar de que algunos mercaderes no son precisamente el Súmmum de la pulcritud en el aseo personal ni tampoco en la limpieza del suelo donde ponen sus paradas. Una vez recogen  sus bártulos lo dejan todo patas arriba sin miramiento alguno. Tras ellos, un grupo de hombres pagados por la administración local se encargan de que el recinto quede impoluto.

Me ha llamado la atención el brillo de una de las paradas. Parece como si el Sol se haya aposentado y acomodado en ella. Como si los rayos de su luz iluminaran al resto de puestos para darles calor en esta fresca mañana de septiembre.

No había visto tal cosa en ninguna otra ocasión y creo que si preguntaras a alguno de mis vecinos,  te diría lo mismo. Una novedad en toda regla para todos los lugareños.

Un vendedor de armas de bronce es el poseedor de este magnífico tenderete. Vende espadas desgastadas, sin filo pero relucientes. A saber de dónde las sacó. Cuenta a sus posibles clientes que están llenas de poderes mágicos y que un día, el dios Minos, hijo de Europa, se las regaló para compensar de alguna manera, los momentos eternos de sufrimiento de varios años.  Y que se las donó sin filo porque su destino no estaba hecho para matar, si no para proteger de enfermedades, envidias y otras malas hierbas. Siempre debía estar colgada en una pared, cerca de la puerta de entrada de casa para ahuyentar a cualquier mal espíritu que intente entrar. Dice que son dagas, cuchillos y espadas protectoras. Lo asegura y perjura.

Es increíble ver como la gente se acerca y se para. No cabe ni un alfiler. Todo el mundo escucha su historia con atención. Veo como su historia da frutos y va vendiendo sus armas protectoras, una detrás de la otra.

Sonrío y sin pretenderlo, sale una tímida carcajada. Es sabio sin duda este mercader. Le miro y veo algo detrás suyo que me llama mucho más la atención que el triunfante bronce. Es una figura de cerámica de seis puños de altura. Lleva un pequeño cesto entre sus manos. Parece mirarme y yo sin poderlo remediar, me he sentido agradablemente atrapado por ella.

He abordado al mercader y le he preguntado si la figura estaba a la venta. Me ha mirado. Después a la bella dama de cerámica gris y me ha dicho que no.  Que era mía si prometía cuidarla y mimarla. En otro tiempo él mismo lo hizo. En ese tiempo no era una figura triste y apagada. En aquel entonces, estaba casi viva. Color rosado en su cara,  ojos azules como el cielo, vestido morado hecho a mano con suaves sedas procedentes de tierras lejanas del otro lado del mundo, al lado opuesto de nuestro mar. Le hacía sentir bien tenerla, aunque poco la tuvo en cuenta. Estuvo siempre viajando a su lado por decirlo de alguna manera. La guardaba en cualquier caja e iba de un lado para otro, siempre oculta. Sabía que estaba allí y creía que eso ya era suficiente.

Me explicó en medio de todo el mundo que, la cuestión era vender sus armas protectoras, todas cuantas podía y no pasar un día sin comer. Dijo en voz alta: «No tengo mujer ni hijos. Nunca cuidé a nadie. Un día me acordé de la figura y rebuscando entre cajas la encontré; aunque llena de polvo y con la cara apagada. En realidad, ha sido hoy. La he puesto detrás mío para no verla. Me da vergüenza y me siento mal por no saber dar luz a nada, por no saber querer. Hoy me di cuenta que estoy solo, que siempre lo he estado y el porqué . Un día como hoy nací y años después fue otro día como hoy cuando besé a una muchacha por primera vez. Alguien de quien ya, no recuerdo ni su cara con exactitud ni su voz. Cuide por favor lo que siempre olvidé y adórela siempre y sobre todo si es el mismo día de la semana que hoy.  No deje de hacerlo cada martes».

Sueño

Al despertar pensé en la realidad de mi onírica verdad. El calor de mi habitación no podía mentirme.

Sin embargo, dudaba mientras me hablaba de un cuerpo que ahora no está a mí lado. Del ser que amo.

Creo que no fue un delirio nocturno fruto de la soledad. Si en cambio, pasión inolvidable, Que queda grabada en mi almohada cada anochecer. Ella tan frágil, también te echa de menos y desea que se acerque el instante en el que regreses con ella y conmigo.

Adoro ese tiempo robado  que volveré a esperar con ansiedad. Se que no fue una invención, sino un venerable sueño del que no quiero despertar.

Me levanto de la cama y voy a prepararme un café. Te encuentro allí con dos tazas preparadas para compartir. Y escucho la voz de mi propio cielo que me dice: » buenos días,te estaba esperando. Bienvenida a un nuevo amanecer «.

 

De siete a ocho

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Un café sin fe.

Una boca sin sonrisa es una casa sin luz.

El mundo va acelerado mirando el reloj.

Hace falta encontrar tiempo para perderlo, para dejarse llevar, por vivir el momento  y saberlo disfrutar sin pensar en el siguiente instante.

Deberíamos marcar en el calendario: de siete a ocho, no estoy para rings de teléfonos, tampoco para televisores que intentan hipnotizar.

De siete a ocho estoy desconectada. Tan solo estoy por y para las personas que quiero y me quieren con sinceridad. Quienes rien sin sentido conmigo, quienes lloran el dolor y lo comparten.

También son los mismos que se enfadan con el mundo y se desquitan de su enojo con la mejor de las medicinas: besos y abrazos como poco tres veces al día o una vez al día pero en dosis muy altas.

 

Partitura

Note

 

Pocas veces se puede disfrutar tanto las pocas horas que nos deja el trabajo diario. Hoy al acabar mi jornada he decidido que no haría ninguna tarea doméstica. Mi cuerpo me pedía relajación.

Al llegar a casa, justo en el momento de meter la llave en la cerradura, escuché un débil pero continuado sonido, casi aire, brisa de puntillas. Era tan leve que invitaba a compartir desconexión.

Entré en el salón para dejar momentáneamente el abrigo y te vi sentado al piano. Me senté en el sofá y sentía como él, me iba atrapando con suavidad y me iba tumbando en su regazo, sin que yo, apenas me diera cuenta.

Seguía observándote y te veía mover las manos de un lado a otro del piano mientras mirabas la partitura. Que placer verte disfrutar y entusiasmarte en tú afición casi delirante.

Tras varios minutos, giraste la cabeza y me miraste. Le diste la vuelta a la banqueta y me saludaste con una enorme sonrisa esbozando tus labios.

Me preguntaste si me gustaba como tocabas. Claramente te respondí: «Eres un virtuoso. Nadie hace sonar el piano de teclas de aire como tú».

 

Capítulo

Un buen libro es como un recuerdo, no tiene fecha de caducidad. Siempre vive en nuestra mente y late con fuerza en el corazón.

Cada vez que leemos un capítulo nuevo y nos llega dentro, desenvuelve el papel de regalo que lo acaricia, nos traslada a un rincón del pasado, marcado en nuestra memoria.

El regalo más grande

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Te voy a echar de menos aunque sepa que te volveré a ver pasado mañana.

Cuarenta y ocho horas son demasiadas para obviar que no estás. 

No pienso tocar nada. Dejaré todo tal y como lo dejaste. Quiero creer que el tiempo se paró en el instante que saliste por la puerta de casa con la mochila a cuestas y que no volverán a girar las agujas de mí reloj hasta que vuelvas. Cada día intento enseñarte alguna cosa nueva que te haga crecer como persona. Pero confieso que aprendo más de tí que tú de mí.

Veo como vas parando junto a las vallas que irrumpen el camino por donde andas y como las saltas para superarlas. Tomándote el tiempo que cabeza y corazón te requieren. Para nada lento. Paso firme y seguro para afianzar conocimiento, para hacer brotar seguridad, para alimentar piel, alma y vida.

Mil gracias por darme tus abrazos, risas, lágrimas, tú humor confundido, tú mano que ayuda a levantarme y que intenta evitar que caigas con dureza al suelo.

 

Hace diez años no te conocía y hoy no podría existir sin tí. Una gota creciente en mí interior, una década inolvidable que quiero que se multiplique por diez. ¿Pido lo imposible? No lo se, pero yo quiero intentarlo y lucharé por conseguirlo. Seguiré escribiendo el libro de mí vida con tú letra y la mía. El regalo más grande que te pueden dar y me lo ofreces a tú en cada suspiro.

 

Inseguridad social

Consulta+Medica

¡Cuidado con los resfriados! No os pongáis malos que aparte de la gripe, estáis en riesgo de padecer el virus de la inseguridad social.

Os confieso que la semana pasada no tuve las suficientes fuerzas como para escribir nada. Ambos virus me maniataron y me dejaron sin posibilidad de poder hacerlo. He podido desatarme hoy, aunque aún tengo secuelas en las muñecas y en la capacidad de respiración, que sigue siendo aún algo costosa. Pero no podrán conmigo.

La gripe con medicación, más o menos se supera. Superar la inseguridad social es algo más complicado.

Lunes por la tarde, estoy en el trabajo abatida, sin fuerzas y con los ojos medio abiertos y la vista casi nublada. Un resfriado fuerte me acecha. Ya hacía algunos días que me avisaba el cuerpo de tal acontecimiento.

Tras casi ocho horas de trabajo, saco un palo con un trapo blanco atado en uno de los extremos y ondeo, esta improvisada bandera, a los cuatro vientos. Paz, tiempo muerto, me rindo. No puedo acabar la jornada laboral y así lo hago saber a mis jefes.

Recojo mis bártulos y derechita al ambulatorio. Como no tenía previsto ponerme mala, no tenía hora concertada por lo que voy de urgencias. Las visitas de urgencias si no es, que te estás muriendo, has de esperar hasta que todas las personas que tengan hora concertada, se visiten y será entonces cuando el doctor o la doctora te puedan atender amablemente.

Bien, llego al ambulatorio, me acerco al mostrador y la persona que allí se encuentra me pregunta que me pasa. Lo explico y me envía a la primera planta, puerta 4. Pues hacia allí me dirijo por las escaleras.

Llego al pasillo donde están una serie de siete consultas, cinco de ellas cerradas porque no había médico que visitara. En cambio, los asientos que encontré justo delante de esta fila de dispensarios están llenos de gente. ¡Madre! Veinte personas para dos médicos y son las cinco y cuarto de la tarde. Algo me dice que la espera no va a ser precisamente poca.

Tomo asiento y miro el móvil. No hay llamadas ni mensajes. Lo vuelvo a guardar. Empiezo a notar un calor bastante fuerte. Me quité al llegar el abrigo y solo llevaba un jersei algo grueso pero tampoco para estar asada como un pollo. En estos sitios tendrían que tener en cuenta la temperatura que ponen en la calefacción. No miran por el necesario ahorro energético y claro está, obvian si los pacientes sufren o no con estas temperaturas veraniegas en pleno mes de febrero. Luego, sales a la calle y si estás malo…te pones peor.

Aparte de notar el agobiante calor, me empezó a entrar algo de sueño.Hubo un  momento incluso, en el que cerré los ojos.

Fue entonces cuando oí alguien que voceaba: «Juan Martín, Adela Segura, Eva Dir». Este último nombre tiene cierta gracia. La voz era de la doctora de la consulta 4, la mía. Me empecé a poner algo nerviosa, por lo menos tenía tres personas delante mío. Al final fueron siete.

Volví a sacar el móvil del bolso y esta vez intenté distraerme. Empecé a jugar a una App que me descargué hace tiempo y que casi no había jugado. Tampoco así se me pasaba el tiempo.

A las siete y cuarto de la tarde, me llama la doctora y entro en la consulta, casi arrastrando los pies. Me pregunta que me pasa, si me tomo algo por mi cuenta, que si me duele algo. Le comento cómo me encuentro y que no tomo nada, pero que me duele mucho los oídos, sobre todo el derecho oído en el que sufrí una perforación por una serie de resfriados mal curados.

Y ahora viene cuando la doctora enciende el crono y en veinte segundos me mira los dos oídos, las anginas y los ojos y me dice: «Nada, tranquila. Tómate un relajante muscular tres veces al día y dos Gelocatas. Esto durante cinco días y ya está».  Le digo yo: «¿Cómo? ¿eso es para curar un resfriado de tres pares de narices? ¿Nada de Frena..ni de mucolíticos? Yo quisiera saber dónde se han metido los doctores de creencia fehaciente en su labor. La desgana de la titulada que me atendió se podía palpar en el aire. Tratar a una persona que a una res, les debe parecer muy similar. ¡Stop a esta maneras soporíferas de tratar a pacientes!

Increíble. Una fiera de doctora. Estar dos horas en la Seguridad Social para que te receten paracetamol. Tremenda tomadura de pelo. Así estamos. Pagando seguridad social y obligándonos a apuntarnos a mutuas para que nos traten algo mejor o como poco con más ganas y rapidez. Pagando dos veces para tener un solo servicio. No merecemos este trato y en la medida de lo posible, tampoco debemos permitirlo. Este solo es un pequeño ejemplo de la gran tomadura de pelo  que sufrimos cada día y va a la alza a cada hora que pasa.

El otro día vi un curso por internet para conseguir el título de médico. Creo que más de uno lo ha hecho. No es un disparate, sino una realidad.

Sigo con mi gripazo, pero decidí auto-medicarme para no volver a pasar por esas desesperante horas paracetamoleicas del ambulatorio.

Por favor, que alguien pare esta pesadilla en la inseguridad social.

Foto va!

Hola a tod@s!

Quiero compartir este concurso de fotografía que RocioPh nos propone. Las reglas y el funcionamiento son realmente sencillos. Desde aquí os animo a participar! 🙂

 

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