El regalo más grande

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Te voy a echar de menos aunque sepa que te volveré a ver pasado mañana.

Cuarenta y ocho horas son demasiadas para obviar que no estás. 

No pienso tocar nada. Dejaré todo tal y como lo dejaste. Quiero creer que el tiempo se paró en el instante que saliste por la puerta de casa con la mochila a cuestas y que no volverán a girar las agujas de mí reloj hasta que vuelvas. Cada día intento enseñarte alguna cosa nueva que te haga crecer como persona. Pero confieso que aprendo más de tí que tú de mí.

Veo como vas parando junto a las vallas que irrumpen el camino por donde andas y como las saltas para superarlas. Tomándote el tiempo que cabeza y corazón te requieren. Para nada lento. Paso firme y seguro para afianzar conocimiento, para hacer brotar seguridad, para alimentar piel, alma y vida.

Mil gracias por darme tus abrazos, risas, lágrimas, tú humor confundido, tú mano que ayuda a levantarme y que intenta evitar que caigas con dureza al suelo.

 

Hace diez años no te conocía y hoy no podría existir sin tí. Una gota creciente en mí interior, una década inolvidable que quiero que se multiplique por diez. ¿Pido lo imposible? No lo se, pero yo quiero intentarlo y lucharé por conseguirlo. Seguiré escribiendo el libro de mí vida con tú letra y la mía. El regalo más grande que te pueden dar y me lo ofreces a tú en cada suspiro.

 

Inseguridad social

Consulta+Medica

¡Cuidado con los resfriados! No os pongáis malos que aparte de la gripe, estáis en riesgo de padecer el virus de la inseguridad social.

Os confieso que la semana pasada no tuve las suficientes fuerzas como para escribir nada. Ambos virus me maniataron y me dejaron sin posibilidad de poder hacerlo. He podido desatarme hoy, aunque aún tengo secuelas en las muñecas y en la capacidad de respiración, que sigue siendo aún algo costosa. Pero no podrán conmigo.

La gripe con medicación, más o menos se supera. Superar la inseguridad social es algo más complicado.

Lunes por la tarde, estoy en el trabajo abatida, sin fuerzas y con los ojos medio abiertos y la vista casi nublada. Un resfriado fuerte me acecha. Ya hacía algunos días que me avisaba el cuerpo de tal acontecimiento.

Tras casi ocho horas de trabajo, saco un palo con un trapo blanco atado en uno de los extremos y ondeo, esta improvisada bandera, a los cuatro vientos. Paz, tiempo muerto, me rindo. No puedo acabar la jornada laboral y así lo hago saber a mis jefes.

Recojo mis bártulos y derechita al ambulatorio. Como no tenía previsto ponerme mala, no tenía hora concertada por lo que voy de urgencias. Las visitas de urgencias si no es, que te estás muriendo, has de esperar hasta que todas las personas que tengan hora concertada, se visiten y será entonces cuando el doctor o la doctora te puedan atender amablemente.

Bien, llego al ambulatorio, me acerco al mostrador y la persona que allí se encuentra me pregunta que me pasa. Lo explico y me envía a la primera planta, puerta 4. Pues hacia allí me dirijo por las escaleras.

Llego al pasillo donde están una serie de siete consultas, cinco de ellas cerradas porque no había médico que visitara. En cambio, los asientos que encontré justo delante de esta fila de dispensarios están llenos de gente. ¡Madre! Veinte personas para dos médicos y son las cinco y cuarto de la tarde. Algo me dice que la espera no va a ser precisamente poca.

Tomo asiento y miro el móvil. No hay llamadas ni mensajes. Lo vuelvo a guardar. Empiezo a notar un calor bastante fuerte. Me quité al llegar el abrigo y solo llevaba un jersei algo grueso pero tampoco para estar asada como un pollo. En estos sitios tendrían que tener en cuenta la temperatura que ponen en la calefacción. No miran por el necesario ahorro energético y claro está, obvian si los pacientes sufren o no con estas temperaturas veraniegas en pleno mes de febrero. Luego, sales a la calle y si estás malo…te pones peor.

Aparte de notar el agobiante calor, me empezó a entrar algo de sueño.Hubo un  momento incluso, en el que cerré los ojos.

Fue entonces cuando oí alguien que voceaba: «Juan Martín, Adela Segura, Eva Dir». Este último nombre tiene cierta gracia. La voz era de la doctora de la consulta 4, la mía. Me empecé a poner algo nerviosa, por lo menos tenía tres personas delante mío. Al final fueron siete.

Volví a sacar el móvil del bolso y esta vez intenté distraerme. Empecé a jugar a una App que me descargué hace tiempo y que casi no había jugado. Tampoco así se me pasaba el tiempo.

A las siete y cuarto de la tarde, me llama la doctora y entro en la consulta, casi arrastrando los pies. Me pregunta que me pasa, si me tomo algo por mi cuenta, que si me duele algo. Le comento cómo me encuentro y que no tomo nada, pero que me duele mucho los oídos, sobre todo el derecho oído en el que sufrí una perforación por una serie de resfriados mal curados.

Y ahora viene cuando la doctora enciende el crono y en veinte segundos me mira los dos oídos, las anginas y los ojos y me dice: «Nada, tranquila. Tómate un relajante muscular tres veces al día y dos Gelocatas. Esto durante cinco días y ya está».  Le digo yo: «¿Cómo? ¿eso es para curar un resfriado de tres pares de narices? ¿Nada de Frena..ni de mucolíticos? Yo quisiera saber dónde se han metido los doctores de creencia fehaciente en su labor. La desgana de la titulada que me atendió se podía palpar en el aire. Tratar a una persona que a una res, les debe parecer muy similar. ¡Stop a esta maneras soporíferas de tratar a pacientes!

Increíble. Una fiera de doctora. Estar dos horas en la Seguridad Social para que te receten paracetamol. Tremenda tomadura de pelo. Así estamos. Pagando seguridad social y obligándonos a apuntarnos a mutuas para que nos traten algo mejor o como poco con más ganas y rapidez. Pagando dos veces para tener un solo servicio. No merecemos este trato y en la medida de lo posible, tampoco debemos permitirlo. Este solo es un pequeño ejemplo de la gran tomadura de pelo  que sufrimos cada día y va a la alza a cada hora que pasa.

El otro día vi un curso por internet para conseguir el título de médico. Creo que más de uno lo ha hecho. No es un disparate, sino una realidad.

Sigo con mi gripazo, pero decidí auto-medicarme para no volver a pasar por esas desesperante horas paracetamoleicas del ambulatorio.

Por favor, que alguien pare esta pesadilla en la inseguridad social.

Foto va!

Hola a tod@s!

Quiero compartir este concurso de fotografía que RocioPh nos propone. Las reglas y el funcionamiento son realmente sencillos. Desde aquí os animo a participar! 🙂

 

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Cuestión de suerte

 

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Tocar con la tecla adecuada y el dedo firme. Es la única manera de hacer las cosas bien. Las dudas se hicieron para inseguros que van por la calle con la cabeza bien alzada y en casa, arrastran los pies. ¿O no?

Yo dudo ante la posibilidad de tener la seguridad de mí parte. Cuando camino por cualquier avenida de mi ciudad, veo a la gente recta y con pasos rotundos. Alguna vez me hacen sentir ínfima durante instantes. Titubeo durante segundos interminables.

Es entonces cuando oigo en mi interior el ruido que me provocan decenas de preguntas en formas esféricas. ¿Tendrán sus vidas controladas? ¿Serán tan sólidos como parecen?

Es como estar delante de un examen con muchas opciones de respuesta, a cual más complicada. La mayoría son letras sobreactuadas, falsas. Tal vez no estoy en lo cierto.

Es complicado enlazar una pregunta con su veraz resolución. Hay preguntas trampa  como personas que saben disfrazar su realidad. Sabemos, nada es blanco o negro. La gama de colores es casi infinita.

Creo que son personas seguras. Bueno, ahora pienso que no. No sé. A veces hay que arriesgar sin más. Nuestra elección y acierto es cuestión de suerte.

Tiempo

De un golpe de aire, se levantan hojas secas del suelo,
se elevan sobre los techos de las casas,
pudiendo ver desde esa latitud un paisaje diferente al que conocían hasta entonces.
No pueden acabar de convencerse de lo que divisan desde esa altura, no pueden creerlo.

Observan los movimientos de las personas,
las diferentes situaciones que se viven a diario, desapercibidas habitualmente,
ya que desde el suelo, mientras la gente anda, nadie se fija en los transeúntes pasando por su lado. Sus ojos, se pegan al suelo teñido de gris; se limitan a ver, el movimiento de sus pies.

No notan esas tímidas cosquillas que se transforman en curiosidad y crean la necesidad de alzar la mirada y ver que nos envuelve.
Se pasan las horas obviando la posible sonrisa de alguna persona, ensordecen un «buenos días». Levantan un muro de aislamiento en una batalla contra la comunicación.

Poco a poco las hojas van descendiendo y el aire pierde fuerza. Estas damas vestidas de amarillentos colores, van balanceándose con sigilo para aposentarse de nuevo en el suelo.

En su discreto planeo, otean a un hombre y a una mujer sentados en un banco de un parque, sin mirarse, ni tan solo un instante.
Sus ojos están ciegos de ilusiones, faltos de vida.
Sin hablarse, haciéndose amigos de un silencio impuesto por la apatía de una rutina,
llena de días vacíos.
Están en ese banco, desprovistos del roce de sus manos.
Ellas, desnudas de emociones, desesperadas por querer avivarse, ansiosas porque alguien las recorra, las acaricie y con suerte, sueñe.

Al fin, llegan las hojas al suelo y el aire ha parado. Se quedan quietas en el punto de partida en el que todo se inició. Aunque nada es lo mismo. Ahora tienen otra visión, otra percepción de todo lo que las rodea.
Quieren creer que las personas llegarán a darse cuenta de las horas perdidas colocando barreras a todo lo diferente y lo nuevo. Por miedo a que pueda llegar a gustar, a emocionar, a hacer sonreír a los demás, aunque sean extraños. Les espanta el que dirán o pensarán los demás.
Habitantes del pánico a compartir pequeñas cosas con quienes forman parte anónima de su vida, prohibiendo así, cualquier indicio de cariño y … quien sabe si amor.
Complicado es. Tener encarcelado el corazón y esposadas las manos
por si a uno se le disparan las pulsaciones al emocionarse y a ellas por si pretenden acariciar otra piel.

Esperan que todo cambie. Solo hay que esperar que pase el tiempo.

Fulles

 

Luna roja

El mar teñido de rojo es el reflejo del eclipse lunar cuando el Sol acaricia a Selene. Tan inmensa que parece caerse del cielo al mar y pueda llegar a desbordar orillas, pueblos marineros y carreteras secundarias sin alumbrado artificial.

Esta noche tampoco hace falta farola alguna para ver la Luna sonrojada y el mar teñido de sangre. Pintas de azul turquesa claman esperanza para todos quienes desean vivir en paz.

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La intersección

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Un susurro a gritos, calla aquello que más le duele y chilla palabras vacías de sentimientos sinceros, hasta desgarrarse la voz.

Sin dirección, se pierde en la línea marcada de un mapa de tonos fluorescentes apagados por el tiempo que pasó desde que decidió desempolvar este trozo de papel, ya amarillento, del fondo de un encallado y trasteado cajón.

Puede adivinar el inicio de una ruta, pero se pierde la pista a medio camino. Justo en el punto en que ahora se encuentra. En un tramo donde siempre hubo una intersección, otro camino que todavía existe. Tal vez, la ruta que debería haber tomado, el trazo que no pintó.

 

A un erizo azul

Las esmeraldas del caos que giran alrededor de Sonic, parecen desparecer. Tras dar miles de vueltas, este insólito erizo, puede convertirse en Súper Sonic gracias al poder que le dan estas piedras preciosas. Se transforma en un héroe lleno de púas color mar intenso que deslumbra los ojos de quien le mira.

Alguna vez, un vecino suyo llamado Mario, fontanero de profesión, se pone algo tonto de envidia e intenta imitarlo. Va en busca de una Flor de Fuego a la adora y casi sueña. La tiene escondida en un pequeño baúl de su trastero. Su objetivo, algo egoísta y competitivo, es conseguir dar más vueltas e intentar que sean más impactantes que las volteretas imposibles de su reprobado convecino. Una flor algo desgastada por un uso casi excesivo, y, como todos los seres vivos, un día u otro se le acaba el aire y las fuerzas por siempre más.

Sale de su casa y llama a la puerta de nuestro amigo azul y le propone un reto. Él lo acepta y salen a la calle a cumplir su misión, a enfrentarse cara a cara en duelo.

Pusieron dos contadores de vueltas y el desafío consistía en conseguir dar más vueltas que el adversario.

Mario tiene un fin algo más oscuro que ganar a Sonic haciendo más vueltas uno que otro. Pretende ganar con malas artes y robarle las esmeraldas que en otra época fueron la pasión de la reina faraónica, según cuentan, de Cleopatra.

Contadores a cero y cuenta atrás: tres, dos, uno… ¡Ya!

Mario coge la Flor y empieza a girar, Sonic hace lo mismo con las esmeraldas y sigue a la par que su oponente. Cada vez, el envidioso vecino se acerca más al erizo y estira un brazo y  le lanza la Flor de Fuego para hacerle caer.

Lo consigue.  Su contrincante cae al suelo, mientras grita por el dolor que le producen unas púas ardiendo. Mario impasible, grita «He ganado» y Sonic le responde: «si, has ganado lo que una persona nunca debería perder.¿Has visto una Flor de Fuego hecha cenizas? Eso es justamente lo que has hecho. Matar a quien más querías».

Este micro lo dedico al co-autor de este escrito en algunas de las frases. Un enamorado de los videojuegos de este erizo casi estresante, diría yo! 🙂 Este niño, es la persona que más amo del mundo y de la que aprendo cada día alguna cosa, desde el día que nació. De eso hace casi diez años.