Sed de sueño

No puedo dormirme de nuevo.

Sólo hago que ponerme de uno y otro lado, a ver si de esta manera, vuelvo a coger el sueño, pero no hay manera; por más que quiera él, parece haberse apartado de mi lado y una continua sequedad en mi boca ha aparecido en su lugar para mantenerme despierta quiera yo o no.

Me levanto sigilosamente, intentando no levantar sospecha que le alerte y enfurezca… con la esperanza, de que a mi vuelta, Morfeo me arrope hasta el amanecer.

Tras aliviar mi ansia por calmar mi sed, vuelvo despacio y a oscuras, hacia la habitación. No es mi intención hacer ruido. No quiero despertar a la fiera que allí pace, quiero que su sueño lo comparta conmigo que sea comprensivo y deje de quererme desvelada, despierta, sedienta e intranquila.

No le puedo ver pero noto su presencia. Demasiadas noches en vela para obviar que está ahí.

Me siento en la cama para tumbarme,

No me dejaste opción. Me quisiste poner contra la pared y acabé yo por tirarte al suelo.

Por fin, por lo menos por hoy te gané insomio.

Ahora, aunque empiece a vislumbrar que la noche se va para dar la bienvenida al nuevo día, aquí me quedaré dormida y disfrutando de esta victoria

Algo llamado Amor

Durante las vacaciones de verano nos da tiempo a reorganizar un poco nuestra casa, a descansar, a disfrutar de las horas que parecen perdidas y menguantes en la eterna época del año en la que las manecillas del reloj pasan a llamarse: rutina laboral. Es decir, durante los once meses restantes del año. En el periodo vacacional podemos descubrir lugares con grandes historias. Lugares que por suerte, no aparecen en las guías turísticas más conocidas. Este verano he tenido la oportunidad y gran suerte de descubrir uno de estos rincones en el Pirineo catalán, en la Vall d’ Aran.

En este valle, rodeado de montañas pintadas de verdes claros, otros oscuros y siempre intensos. De cimas agrestes, casas pintorescas con tejados cubiertos de pizarra que soportan las continuas nevadas invernales. Un valle salpicado de iglesias románicas repletas de recuerdos históricos, que solamente sus muros conocen desde hace unos cuantos siglos ya. En este bello lugar, existen pequeños pueblos donde habitan y vivieron personas con una vida que podría estar, sin lugar a dudas, plasmadas en un libro.

En uno de estos bellos pueblos araneses donde parece haberse parado la manecilla que marca las horas del reloj. En un lugar con aroma a hierba fresca, en Bausen, existe una de las historias más románticas que jamás conocí.

A principios del siglo pasado, hacia 1908, en este lugar habitaba una chica llamada Teresa. En aquella época, en la Vall d’ Aran era más importante el nombre de la casa donde provenías que tu propio apellido. Cuentan que, una de las obligaciones de todo descendiente de cada casa, era conservar el patrimonio familiar y, justamente por ello, la gente del lugar, se conocía por el nombre de sus casas.

Volvamos a la historia…

Teresa era oriunda de Bausén al igual que su amor, su primo Francisco. Teresa provenía de la casa Belana y Francisco, de la casa Doceta. No se sabe con exactitud si eran primos segundos o primos hermanos. Este pequeño detalle no importa demasiado, es más liviano que el resto de esta apasionante historia (al menos para mí). Pese a la época que era, este amor entre primos no era para nada un escándalo para sus paisanos, ya que eran (y siguen siendo), pueblos muy pequeños, donde vivían pocas familias y no había  casi gente foránea. Por lo tanto, enamorarse de un familiar era bastante común.  Hasta para el párroco local. Como sabemos los párrocos tienen una forma de ver la vida poco o nada liberal. Todos los enamorados que querían casarse, fueran familia o no, tenían que pasar por el despacho parroquial a pagar «la aprobación eclesiástica» de su amor.

Teresa y Francisco se negaron a pagar este peaje para que la iglesia diera a cambio de dinero, el beneplácito al amor de ambos. Se cuentan varias versiones sobre la posible razón por la que la pareja se negara a ceder ante este injusto pago ante la Iglesia y entrega monetaria a su representado local. Una de ellas dice, que no lo podían pagar, que el importe a pagar era excesivo para personas de linaje humilde. Otra versión cuenta que Francisco se pasaba el invierno trabajando en Francia, no hay que olvidar que era una época muy dura y las gentes del Valle, iban a trabajar a poblaciones francesas fronterizas porque allí pagaban algo mejor que en tierras españolas. En primavera volvían a casa con dinero pero se cuenta que Francisco no quiso pagar las imposiciones del párroco local con el dinero de su sudor y el que les daría sustento y cobijo a Teresa y a su propia persona.

Tras intentar convencer en innumerables ocasiones al párroco de su intención de casamiento y de explicarle, una y mil veces que no podían pagar el impuesto para poder casarse, la negativa perenne fue en diferentes versiones la única respuesta del enviado de Dios local. Decidieron vivir juntos, lo que se suele llamar Vivir en Pecado, y, eso si que en la época estaba muy mal visto y por el cura más!

Este párroco estuvo como tal en Bausén durante 47 años, concretamente desde 1878 hasta 1925. La iglesia tenía mucho poder en toda Europa, hasta en los rincones más pequeños y desconocidos. En este periodo de tiempo, permitió ser felices a muchas parejas, gracias a su caridad obligada hacia la iglesia y la inflexión del cura si intentaban no pagar lo que éste exigía.

Teresa y Francisco tuvieron dos hijos. Tuvieron una vida plena y fueron felices durante años aunque nunca se pudieron quitar del corazón, la dolorosa espina que el capellán les clavó.  Ella, en 1916 enfermó de neumonía y el 16 de mayo de ese mismo año, su cuerpo no tuvo más fuerza y su corazón, dejó de latir. Teresa murió a los 33 años.

Pero la historia no acaba aquí.

Francisco desolado por la pérdida tan fulminante de su amada y madre de sus hijos, fue a ver al párroco para contarle que Teresa acababa de morir y le pidió que ella fuera enterrada en el cementerio del pueblo. El párroco ni siquiera se inmutó ante tal noticia y se negó ante tal comprensible petición para cualquier humano que se considere ante todo persona. Le dijo que en su día no quisieron ninguno de los dos, aceptar la condición que él les puso para poder casarse y que si vivir en pecado fue su elección, lo seria por siempre hasta la el fin de sus días y que no podía permitir que personas que hayan vivido en pecado, descansen toda la eternidad en el cementerio de Dios y gente de buena fe.

Francisco está abatido, desesperado casi ido por todo lo que acontecía en ese momento de su vida y en esa sacristía. Le imploró al capellán hasta desgastar todas sus fuerzas. No pudo entender semejante respuesta y tantas negativas ante su petición.

Al salir de la pequeña iglesia, pudo darse cuenta rápidamente que la noticia había corrido por todas las escasas calles del pueblo, incluso traspasaron sus gruesos muros. Toda la población sabía que Teresa había muerto y que Francisco había ido a hablar con el párroco sin poder lograr su deseo de nuevo. Los vecinos del pueblo conocían  mucho a Teresa y a Francisco, les tenían muchísimo cariño y tuvieron un gesto realmente loable, casi salido de un  bello sueño.

Se reunieron y decidieron construir en veinticuatro horas, un cementerio para Teresa antes de que el cura pusiera el grito en el cielo y se pudiera negar. Lo construyeron con sus propias manos, piedra a piedra, en un paraje precioso y conocido por todo Bausen. Es un lugar muy cercano al pueblo, que se encuentra en un sendero de camino a la montaña. Tras alejarse de la población y caminar unos 300 mts, existe un rincón que se conoce como El Coret. Este camino acaba en una explanada algo escondida, donde los jóvenes enamorados festejaban su amor, sin temor a que nadie les pudiera ver. Teresa y Francisco también estuvieron allí en sus años mozos.

En este lugar, se tienen unas preciosas vistas del Valle de Torán. Da la sensación de que se haya detenido el tiempo en ese lugar y la brisa que allí habita, te traslada suavemente al pasado.

Allí está el pequeño cementerio laico que los vecinos de Bausen levantaron con sus manos, rodeado por frondosos árboles, el lugar construido para ubicar la tumba de Teresa, siempre con flores y donde ella descanse en un lugar casi mágico. No hay, ni habrá jamás ninguna tumba más.

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Francisco, algunos años después,  al estallar la guerra civil Española, dejó el pueblo y se marchó junto a sus hijos a Francia, a una población fronteriza con el Valle de Arán que está cercana al pueblo y allí vivió durante años e iba muy a menudo al pueblo a ponerle flores a la tumba de su esposa. Muchos años después de finalizar la guerra, una vez instaurada la dictadura murió. Su última voluntad fue que quería ser enterrado al lado de Teresa, pero la burocracia franquista, lo impidió

Sus hijos hace algunos años que han fallecido. Ahora sus nietos y algún bisnieto, acuden a Bausen a cuidar la tumba de la abuela Teresa.

Él, jamás se volvió a casar. Solo tuvo un único y gran amor. El aire que alimentaba sus pulmones.

Ella, sigue sola en el cementerio. En el lugar donde siempre se recordará a dos grandes personas que lucharon con uñas y dientes por su unión y nadie pudo hacer que ésta dejara de existir. Una pareja de hecho, cuando serlo era un pecado, en lugar de ser una nueva opción para cobijar y alimentar el amor de dos personas. Dos personas con miradas hacia el futuro en un país conservador..

Cuando estuve en el cercado de piedra del cementerio respiré calma y me sentí imantada hacia el lugar donde Teresa yace. Es una sensación extraña, pero agradable. No dejé de pensar el ella durante horas. Una vida intensa y luchándola hasta el fin de sus días junto a la persona que más amó. Es algo realmente duro, difícil de sobrellevar y bello al mismo tiempo. Llamemosle vida, es algo llamado Amor.

 

¡Hola!

¡Desde luego, vaya tela! No puedo creer que me obviarás de esa manera. Nunca creí que me pudieras hacer tal cosa. La otra tarde, te vi caminar delante mío en la avenida cercana al colegio que está cerca de casa, estabas a pocos metros de mí y, el corazón empezó a dispararse y la respiración decidió acompañarle y se volvió entrecortada. Nerviosa te llamé, aunque no te paraste ni miraste atrás. Tal vez no me ha escuchado, pensé. Y volví a intentarlo, sacando la voz del lugar donde el silencio la tenía apresada y grité tu nombre con todas mis fuerzas. Seguiste camino, calle abajo, acelerando tu paso. No tengo duda que me escuchaste. Si no, ¿a qué vino este cambio de paso? La rendición para alcanzarte no existió y corrí hacia ti. Justo cuando empecé el tramo de bajada, no te vi. Desapareciste. No pude decir ni hola. Ya ves,  ni ¡hola!

Down

Empezaba a oscurecer. Te busqué por toda la empinada calle, en cada portal, en la bodega a la que siempre iba de pequeña a comprar vino y refrescos. No hubo forma de reencontrarte. ¡Maldita sea! ¡Cómo puedo haber tenido mis reflejos entumecidos y reacciones a cámara lenta a la hora de moverme! ¿O tal vez no ha sido cierto este episodio tan real?

Ya puedo anotar en mi libreta de lecciones aprendidas que otro refrán que creí inventado, es totalmente cierto: «Soñaba el ciego que veía, y soñaba lo que quería». Esto es lo que me ocurrió. Creí ver lo que mi alma quiso ver y alcanzar.

«Amor sin celos no lo dan los cielos» y a mí, el cielo me encela, ese cielo nada predicador ni religioso. Si no en el que Avi te fue construyendo poco a poco a poco, con paciencia y tesón, y ayudado por Tete, mientras esperaban reencontrarte con ilusión. De ese cielo tengo celos, porque os tiene y yo no.

Martes

Stone-Lady

Un día como hoy es para disfrutarlo. A ver si me aplico el cuento y me pongo a ello. No me puedo quedar sentado en este poyete frío de mármol y dejar pasar la oportunidad de gozar de toda la actividad que hay hoy en esta ágora.

Cada martes se acercan hasta nuestra pequeña isla los mercaderes, ese día se convierte casi en festivo.  Son nómadas que casi ya no recuerdan su originaria procedencia. Venden lo imposible. Una vez pude ver con mis propios ojos como uno de ellos vendía sus propias vestiduras con el propósito de querer salvar la jornada y conseguir alguna que otra moneda para comprar algo y alimentar mínimamente su estómago.

Su vida es realmente dura. Pasan meses de auténtica penuria y otros, nadan en la abundancia que les cede temporalmente la diosa Fortuna. Pero siempre hay que guardar y cubrirse las espaldas para soportar los largos días en los que Fortuna está ocupada en otros quehaceres.

Aquí no faltan políticos y pensadores. Y son ellos quienes evitan que este lugar pierda su luz y su impoluto estado de limpieza, a pesar de que algunos mercaderes no son precisamente el Súmmum de la pulcritud en el aseo personal ni tampoco en la limpieza del suelo donde ponen sus paradas. Una vez recogen  sus bártulos lo dejan todo patas arriba sin miramiento alguno. Tras ellos, un grupo de hombres pagados por la administración local se encargan de que el recinto quede impoluto.

Me ha llamado la atención el brillo de una de las paradas. Parece como si el Sol se haya aposentado y acomodado en ella. Como si los rayos de su luz iluminaran al resto de puestos para darles calor en esta fresca mañana de septiembre.

No había visto tal cosa en ninguna otra ocasión y creo que si preguntaras a alguno de mis vecinos,  te diría lo mismo. Una novedad en toda regla para todos los lugareños.

Un vendedor de armas de bronce es el poseedor de este magnífico tenderete. Vende espadas desgastadas, sin filo pero relucientes. A saber de dónde las sacó. Cuenta a sus posibles clientes que están llenas de poderes mágicos y que un día, el dios Minos, hijo de Europa, se las regaló para compensar de alguna manera, los momentos eternos de sufrimiento de varios años.  Y que se las donó sin filo porque su destino no estaba hecho para matar, si no para proteger de enfermedades, envidias y otras malas hierbas. Siempre debía estar colgada en una pared, cerca de la puerta de entrada de casa para ahuyentar a cualquier mal espíritu que intente entrar. Dice que son dagas, cuchillos y espadas protectoras. Lo asegura y perjura.

Es increíble ver como la gente se acerca y se para. No cabe ni un alfiler. Todo el mundo escucha su historia con atención. Veo como su historia da frutos y va vendiendo sus armas protectoras, una detrás de la otra.

Sonrío y sin pretenderlo, sale una tímida carcajada. Es sabio sin duda este mercader. Le miro y veo algo detrás suyo que me llama mucho más la atención que el triunfante bronce. Es una figura de cerámica de seis puños de altura. Lleva un pequeño cesto entre sus manos. Parece mirarme y yo sin poderlo remediar, me he sentido agradablemente atrapado por ella.

He abordado al mercader y le he preguntado si la figura estaba a la venta. Me ha mirado. Después a la bella dama de cerámica gris y me ha dicho que no.  Que era mía si prometía cuidarla y mimarla. En otro tiempo él mismo lo hizo. En ese tiempo no era una figura triste y apagada. En aquel entonces, estaba casi viva. Color rosado en su cara,  ojos azules como el cielo, vestido morado hecho a mano con suaves sedas procedentes de tierras lejanas del otro lado del mundo, al lado opuesto de nuestro mar. Le hacía sentir bien tenerla, aunque poco la tuvo en cuenta. Estuvo siempre viajando a su lado por decirlo de alguna manera. La guardaba en cualquier caja e iba de un lado para otro, siempre oculta. Sabía que estaba allí y creía que eso ya era suficiente.

Me explicó en medio de todo el mundo que, la cuestión era vender sus armas protectoras, todas cuantas podía y no pasar un día sin comer. Dijo en voz alta: «No tengo mujer ni hijos. Nunca cuidé a nadie. Un día me acordé de la figura y rebuscando entre cajas la encontré; aunque llena de polvo y con la cara apagada. En realidad, ha sido hoy. La he puesto detrás mío para no verla. Me da vergüenza y me siento mal por no saber dar luz a nada, por no saber querer. Hoy me di cuenta que estoy solo, que siempre lo he estado y el porqué . Un día como hoy nací y años después fue otro día como hoy cuando besé a una muchacha por primera vez. Alguien de quien ya, no recuerdo ni su cara con exactitud ni su voz. Cuide por favor lo que siempre olvidé y adórela siempre y sobre todo si es el mismo día de la semana que hoy.  No deje de hacerlo cada martes».

Sueño

Al despertar pensé en la realidad de mi onírica verdad. El calor de mi habitación no podía mentirme.

Sin embargo, dudaba mientras me hablaba de un cuerpo que ahora no está a mí lado. Del ser que amo.

Creo que no fue un delirio nocturno fruto de la soledad. Si en cambio, pasión inolvidable, Que queda grabada en mi almohada cada anochecer. Ella tan frágil, también te echa de menos y desea que se acerque el instante en el que regreses con ella y conmigo.

Adoro ese tiempo robado  que volveré a esperar con ansiedad. Se que no fue una invención, sino un venerable sueño del que no quiero despertar.

Me levanto de la cama y voy a prepararme un café. Te encuentro allí con dos tazas preparadas para compartir. Y escucho la voz de mi propio cielo que me dice: » buenos días,te estaba esperando. Bienvenida a un nuevo amanecer «.

 

Domingo

Acostumbrada a su soledad, pasaba las mañanas, olvidando el día anterior. Pensaba que la memoria lo único que hacía en su cabeza, era sobrecargarla de peso. El olvido era su más fiel compañero. Ninguna persona podría ocupar su lugar. Ese agrietado y oscuro hueco que tenía años atrás, fue cubierto por su gélida manta de atípica compañia.

Los fines de semana no solía salir demasiado. Alguna que otra salida al cine, alguna cena de uvas a brevas y una vez al mes, salía a ver escaparates de las tiendas que inundaban el centro de la ciudad. En ellos, solo veía una lánguida figura con cabellos color negro azabache, algo encanecidos y casi sin peinar.

Una tarde se atrevió a mirar más allá de ese gigante cristal que separaba dos mundos; el desconocido y el suyo propio.

Vio entonces al otro lado, maniquíes con ropajes coloridos, esbeltos, con la cabeza bien alta. Justamente en la posición contraria a la suya. Siempre supo conocer mejor las baldosas del suelo que pisaba. Siempre ellas por delante de quien por su lado pasaba, gente non grata a su mirada, por temor o sentido de inferioridad, tal vez.

Su mirada quedó fija en el maniquí, que se encontraba a su izquierda, en la expresión de su cara de plástico, pudo ver más felicidad que en la suya propia. Sus piernas, poco a poco desconectaron de ella y avanzaron sigilosamente sin consultarlo. Cuando quiso darse cuenta, vio que sus pies, le habían adentrado en el comercio, le llevaron a un destino jamás pensado.

Nerviosa y tensa ante tal cambio, no sabía qué hacer. Sus manos le temblaban. Miraba con los ojos como platos a las dependientas. Quería articular palabras, aunque fuera solo una; pero sus labios se volvieron carceleros y le vetaron de tal derecho. Su respiración entrecortada y la visión, por momentos, se nublaba.

Una chica se acercó hasta ella y le preguntó: «¿Qué desea?». Ella inmóvil, pensó en responderla: «Nada», pero hizo un giro de ciento ochenta grados y cogió un vestido de tonos anaranjados y talle ajustado, colgado en un perchero metálico que tenía justo detrás de ella.

La dependienta le preguntó, que si ese vestido era de su talla y ella asintió. Fue a caja y lo pagó sin pasar por el probador. Salió disparada de la tienda directa a su casa.

Dejó la bolsa con el vestido encima la mesa del comedor y se olvidó de ella. Se puso la tele de fondo. Imagino que pensó que le haría compañía. Se hizo la cena y se acostó en el sofá.

Cuando despertó, el Sol estaba ya levantado desde hacia unas horas. Eran las diez de la mañana y ella nunca se despertaba más allá de las ocho cada día, sin importar que fuera martes, jueves o domingo.

Se tomó un café con leche y un par de galletas; esas que tienen nombre de mujer. Eso y una ducha con agua fría era un ritual diario, jamás se lo saltaba. Era de los pocos momentos en los que se sentía verdaderamente a gusto consigo misma.

Tras eso, se quedó sentada en aquella silla de cocina que hacía meses dejó puesta junto a la mesa del comedor. No quedaba nada bien, pero tampoco venía nadie a casa para criticar tal cosa. Miraba fijamente a la pared que tenía delante con las pupilas congeladas, sin pensar en nada.

Despertó del momentáneo letargo y miró hacia un lado. Allí encontró aquello que la tarde anterior había dejado, el vestido comprado a la desesperada dentro de la bolsa de papel.

Se sonrió, se levantó y se llevó la bolsa hasta su desordenada habitación.

Minutos después, el Sol le rodeaba y le acariciaba sus cabellos azabache. Esta sensación era totalmente desconocida para ella. Su memoria en un día incierto, apretó el botón de «enviar a la papelera» y dejó todo recuerdo positivo y placentero en lo más hondo de una montaña de escombros crecida tras un terremoto de decepciones.

Se atrevió a mirar al Sol, le esbozó una sonrisa y a ella sumó un amago de tímida risa y el aire la hizo llegar hasta él. Se miró de arriba a abajo, desde sus zapatos de tacón, su vestido entallado al que una ligera brisa lo hacia bailar lentamente. Miró el edificio que tenía sus espaldas, el lugar donde estaba su casa y hasta entonces, el lugar que fue su guarida. Suspiró y se puso a caminar.

Paseando sin rumbo, sin prisa y mirando a toda la gente que en su camino se cruzaba. Sin descaro, con gesto amable. Sintió como sus pesadas cadenas se iban soltando, cayendo al suelo, sonando a gloria como una bella melodía. Cada anilla caída le hacia sentirse más cerca de la libertad. Se topaba con señales que descontaban los minutos que faltaban para cumplir tantos años de condena y de desolación.

Empezó a chispear justo en el momento en que se dispuso a pasar al otro lado de la calle. Abrió su paraguas y  fue cruzando con largas zancadas, todas las líneas blancas de un despintado paso de peatones. Al llegar al otro lado, recordó un lugar donde solía ir ocho años atrás. No sabía si era buena idea ir a tomar algo a la terraza de ese bar que tanto le gustaba en aquella época. Se enfundó de valentía y se dirigió hacia allí.

Tropezó con una baldosa levantada y cayó bruscamente al suelo de costado. Despertó y se encontró en otro lugar. Acostada sobre una cama grande y tapada hasta media cintura. Notó el calor de alguien a su lado a quien no veía con claridad porque la luz del día no lo quiso permitir. Aunque su aroma era más que familiar. Se movió y se puso enfrente de ella para que pudiera salir de dudas. Le dijo: «Hola cariño, hoy a vuelto a salir el Sol solo para nosotros». Ella sonrió y rompió a llorar de alegría y le dijo: «Hola Domingo, por fin vuelvo a verte. Ahora el destino se ha quedado sin cartas y no podrá hacer nada para separarnos nunca más».

 

 

 

Lunes

Llamaron al timbre de la puerta varias veces pero nadie abría. Cada vez, era más largo el tiempo que mantenían apretado el odioso botón. No eran horas para estar molestando al vecindario de esa manera. Digamos que la una de la mañana, no seria la hora ideal para ello.

Uno de ellos decidió empujar la puerta con su propio cuerpo sin conseguir otra cosa, que hacerse daño.  Finalmente, forzaron la puerta y entraron. El piso apenas tenía 50 metros cuadrados y estaba bastante desierto. Una pequeña mesa, dos sillas, una mini cocina americana y una cama totalmente deshecha y vacía.

Tenía que estar allí, las sábanas estaban todavía calientes. No había demasiado sitio donde esconderse; por lo que dos de ellos se dirigieron al baño. Entraron y vieron la cortina de la bañera corrida, tapándola casi en su totalidad. La abrieron y allí estaba, temblando, más dormido que despierto, con alguna que otra legaña en los ojos y el aliento, oliéndole un poco a alcohol. Seguramente la tarde anterior había estado celebrando algo y duró hasta la hora de la cena, o incluso un poco más.

Lo detuvieron y lo esposaron sin encontrar resistencia alguna. Más bien, casi a rastras. Su estado somnoliento y algo etílico, no daba para más.  Mientras medio vecindario salió en pijama a la calle para ver qué pasaba y como lo metían en el coche policía para llevarlo a comisaría. Una vez allí, le leyeron sus derechos y lo metieron en una celda.

207H

Estaba de pie entre cuatro paredes de ladrillos desgastados. La luz brillaba por su ausencia y él, no salía de su asombro. Nadie hasta el momento le había dado ninguna explicación sobre su detención.

Escuchó como una puerta se abría. Pocos segundos después se cerró y empezó a percibir el sonido de unos pasos, cada vez más cercanos. Un policía se planto delante de las rejas  de su celda. Le sonrió con ironía y le dijo: «¡Por fin! Ya tenemos aquí el número cincuenta y dos. Usted era el único que nos faltaba. Sinceramente creía, que mis compañeros no lo iban a conseguir. Hacía mucho tiempo que le buscaban y estuvieron a punto de tirar la toalla. Es fantástico que lo hayan logrado!».

Él, entonces le preguntó que hacía allí, de qué estaba hablando y cual era la acusación. El policía le explicó que muchos meses atrás, miles de personas de la ciudad, presentaron denuncias para acabar con un tormento que sufrían semana tras semana. Y ante tal avalancha de querellas, el comisario de policía se puso manos a la obra, congregó a todo el cuerpo para hacer una reunión sobre el tema y empezó la batida para detener a todos los culpables. Y, hasta esa madrugada de domingo y tras su detención no acabaron su complicada tarea.

El detenido insistió en preguntar una y otra vez: «¿de qué se me acusa?» El guardia respondió: «La gente no puede acostarse una noche triste y despertar por la mañana casi con depresión.  Sentir eso, es casi inhumano Señor Lunes».

El cofre de la vida

Que suerte no haber perdido esa llave que guarda el alma de niño.
Justo, la que enciende la luz de las ilusiones y acelera el latir del corazón.
Si supieras la de carteles que he visto en las calles! Anuncios en los que muchas personas, llegaban a ofrecer recompensa por encontrar su llave.

Cierto es que algunos la perdieron hace más de veinte años y jamás se percataron de su pérdida. Debían andar ocupados con otros temas.
Otros jamás supieron de esta intrínseca posesión. Quizás nunca la tuvieron en su interior.

Todos nacemos con ella y deberíamos abrazarla a nuestra persona como las anclas de los barcos al llegar a la orilla de la playa, se clavan en la arena.

15H

Mantener viva la ilusión como niños

El alma de niño contiene un cofre que se va cargando de sueños, ilusiones, risas y sonrisas compartidas. De vacaciones inolvidables, de cuentos, de juegos y de amor sincero. También alguna fruta amarga que nos hace tener un mal sabor de boca y que a veces, perdura en el tiempo.

Al crecer, aquellos que siempre han cuidado su llave tendrán este cofre muy cerca. Sus recuerdos de niñez siempre estarán despiertos y las ganas de disfrutar su vida, les hará tener más fuerza ante adversidades y más ganas de disfrutar y compartir, los buenos momentos que la vida nos ofrece.

Gracias por querer jugar conmigo, por enseñarme cosas que nunca aprendí, por querer conocer lo que nunca te dejaron ver ni probar, por compartir este viaje llamado vida y cuarenta cosas más.

Escritos

Plasmamos nuestra alma mediante manchas de tinta perfiladas sobre papel. A veces se escurre alguna letra e intenta llegar a una esquina del marco geométrico y blanco, donde las letras están enclaustradas, esperando unidas a que alguna que otra mirada se lleve sus silueteadas formas hasta la retina y desde allí lleguen a la mente y corazón de quienes las leen.

Esta letra fugitiva intenta huir porque está en desacuerdo con las compañeras que comparten con ella el sonido de una palabra poco afable para ella, odio. Clama al cielo que desaparezca, que se muevan y revolucionen todas sus colegas para formar otra palabra con más emoción.

Ojalá consiga cambiar ese odio por la Paz que tanto ansía.

201H