Mientras estaba sentado en uno de los viejos bancos de madera de la estación, desgastados por el tiempo transcurrido, por la lluvia y por el Sol, que los bañaba de rayos llenos de calidez durante tantos meses y largos años. Esperaba con la rutina pegada a sus pies, la llegada el tren que le llevaba a diario a casa, pero fue el primer día que vio al otro lado del andén, a una chica alta, de pelo castaño, largo y de un brillo realmente llamativo. Supo entonces que ya no habrían más esperas rutinarias. Si, volvería a esperar al día siguiente a su tren, con la ilusión de volver a ver pasar ante él, esa inquietante figura, el alimento de su sueño y el saciador de su sed.



