El libro de su vida

golden-hour

 

Un todo metido a presión en una botella llena de nada. Una personalidad fascinante, un carácter arrollador encastado con calzador en un cuerpo poco llamativo. ¿Uno más?

No va a marcar tendencia en el mundo de las celebrities, nunca estará de moda. Aunque poco importa si somos conscientes que son cromos de una colección de un álbum de temporada, papel mojado primero, encartonado y áspero después.

Si este alguien anónimo, como la gran mayoría de gente que le rodea, sea o no conocido por él, deja huella en el corazón de una persona con valores complementarios a los suyos, será un triunfo inmenso y quedará grabado por siempre en el libro de su vida.

 

El enano de a pie

Era un enano de a pie,

se casó con una enana que pesaba lo que el.

Y tuvo siete enanitos.

Y a los siete dio carrera y a los siete dio besitos.

A él le daban un papel si trabajaba en el circo,

dijo que no y también dijo:

-Aunque soy algo bajito soy muy alto en la cultura,

de mí no se ríe un niño ni ninguna criatura.

Era un enano de a pie.

 

Autora: Gloria Fuertes

 

Tiempo

De un golpe de aire, se levantan hojas secas del suelo,
se elevan sobre los techos de las casas,
pudiendo ver desde esa latitud un paisaje diferente al que conocían hasta entonces.
No pueden acabar de convencerse de lo que divisan desde esa altura, no pueden creerlo.

Observan los movimientos de las personas,
las diferentes situaciones que se viven a diario, desapercibidas habitualmente,
ya que desde el suelo, mientras la gente anda, nadie se fija en los transeúntes pasando por su lado. Sus ojos, se pegan al suelo teñido de gris; se limitan a ver, el movimiento de sus pies.

No notan esas tímidas cosquillas que se transforman en curiosidad y crean la necesidad de alzar la mirada y ver que nos envuelve.
Se pasan las horas obviando la posible sonrisa de alguna persona, ensordecen un «buenos días». Levantan un muro de aislamiento en una batalla contra la comunicación.

Poco a poco las hojas van descendiendo y el aire pierde fuerza. Estas damas vestidas de amarillentos colores, van balanceándose con sigilo para aposentarse de nuevo en el suelo.

En su discreto planeo, otean a un hombre y a una mujer sentados en un banco de un parque, sin mirarse, ni tan solo un instante.
Sus ojos están ciegos de ilusiones, faltos de vida.
Sin hablarse, haciéndose amigos de un silencio impuesto por la apatía de una rutina,
llena de días vacíos.
Están en ese banco, desprovistos del roce de sus manos.
Ellas, desnudas de emociones, desesperadas por querer avivarse, ansiosas porque alguien las recorra, las acaricie y con suerte, sueñe.

Al fin, llegan las hojas al suelo y el aire ha parado. Se quedan quietas en el punto de partida en el que todo se inició. Aunque nada es lo mismo. Ahora tienen otra visión, otra percepción de todo lo que las rodea.
Quieren creer que las personas llegarán a darse cuenta de las horas perdidas colocando barreras a todo lo diferente y lo nuevo. Por miedo a que pueda llegar a gustar, a emocionar, a hacer sonreír a los demás, aunque sean extraños. Les espanta el que dirán o pensarán los demás.
Habitantes del pánico a compartir pequeñas cosas con quienes forman parte anónima de su vida, prohibiendo así, cualquier indicio de cariño y … quien sabe si amor.
Complicado es. Tener encarcelado el corazón y esposadas las manos
por si a uno se le disparan las pulsaciones al emocionarse y a ellas por si pretenden acariciar otra piel.

Esperan que todo cambie. Solo hay que esperar que pase el tiempo.

Fulles

 

Mirando a la nada

Harto de oírle, de notar sorna en su respuesta tan poco original. Dolor de cabeza continuo, diario. Con tan mala intención que incluso, hacia guardia muchas noches, prohibiéndome mi descanso. Me robaba el sueño y jamás me lo devolvió.

Rendido y agotado acudía por las mañanas a trabajar. No veía ni oía a quien a mí se acercaba. Era el despojo de alguien que tuvo una vez, la energía y fuerza de un felino, un ser valiente y feliz.

Una mañana no me pude levantar. Morfeo se apiadó de mí a altas horas de la madrugada, casi al amanecer. Fue entonces cuando me dormí y abrí los ojos a las diez de la mañana. Salí corriendo a la ducha, a vestirme y a prepararme un rápido café.

De pronto, me quedé quieto, mirando a la nada como un niño en medio de un parque falto de bullicio.

Y fue entonces cuando sentí lo que era el vacío. Justo en el momento que el eco de mi voz me dejó de responder.

71H