Un color invisible sigue siendo color. Si no fuera así, no hubiéramos tenido en nuestros estuches escolares, ese lápiz de madera teñido de color blanco a nuestros ojos, pero si intentábamos plasmarlo sobre una hoja virgen de tintas y tonos, no conseguíamos más que seguir viendo esa pureza en el papel. En cambio, si habíamos bañado esa hoja con color aunque la invisibilidad nos hiciera pasar ante otros como mentirosos.
Probamos poner todo nuestro arte infantil para crear parte de la obra que nuestro corazón nos mandaba hacer, sin pensar en nada más que en ver un trozo de nosotros en un marco de papel y enseñárselo a nuestros padres y abuelos, esperando oír su aprobación, su sonrisa y su abrazo. Ese era el mejor de los premios que se podía desear y no había que competir con nadie más que contigo mismo. Y pasados los años, solo hago una pequeña rectificación… ese el mejor regalo que se puede tener y la recompensa sigue siendo igual de inmensa que cuando era niña.

Excelente 🙂
Yo espero paciente el día en que mi hija dibuje sus primeras cosas.
Saludos desde Ecuador.
Muchas gracias Donovan por tus palabras. Aprovecha el momento cuando llegue ese día que se escapa como agua entre los dedos si no estamos atentos.